Era la última escala de la producción carbonífera. Ejercía la más humilde, frágil, esforzada y deshumanizada tarea que estaba reservada a los desposeídos de todo. Eran los hijos del hambre, de la miseria cotidiana, donde huérfanos y abandonados de los regalos de la vida, expiaban los pecados sociales de la comunidad minera. Parte del paisaje en esta tierra de contrastes, cuando no se tenía nada como no fuese un estómago vacío, haciendo líneas junto a la costa ahí estaba el chinchorrero, quién por largas horas le peleaba al mar y sus mareas, los cascajos negros, que uno a uno hacían aumentar magros montones oscuros en las playas.
Recogían el carbón liberado de las toscas, esas rocas desechadas por la producción industrial que desde su apilamiento iban a dar al mar. Allí, la acción incesante de las mareas soltaban esas pequeñas piedras, que por gravedad y consistencia tendían a acercarse a las orillas de las playas donde se embancaban. Las más de las veces, los vientos reinantes cambiaban de lugar los veneros y con ello aumentaba el esfuerzo de los chinchorreros que debían alargar horas de trabajo para obtener un día provechoso.
El nombre de chinchorreros proviene de el instrumento empleado para capturar el carbón lavado: El Chinchorro.
1 comentario:
¿Y por qué no pusiste la foto de tu pintura?
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