sábado, 27 de septiembre de 2008

El Mar que nos Rodea

Tempestuoso Océano Pacífico del Sur. Límite Oeste de este accidente geográfico llamado Chile. Costas abiertas al constante alabeo de mareas, vientos y olas, que a veces, cuando el período geológico entre tremor de placas lo advierte, son gigantescas lenguas que ramonean islas, bahías y toda la tierra que puedan alcanzar en su inercia.


Costa del Pacífico, a 37º 01’ latitud sur y 73º 10’ longitud oeste, Coronel, Maule.

Si los conchales esparcidos por las inmediaciones del Estero Boca Maule, son antiguos o no, no cabe duda que son antiguos. Parecen pertenecer a los primeros pobladores de este sector. Latcham hubiera dicho que corresponden a un asentamiento “chango”, y le habría extrañado su tan meridional posición. Hoy en día es mejor hablar de indios pescadores. Pero llama la atención que en los conchales más meteorizados no exista trazas de cerámica, sólo puntas líticas de pequeñas flechas destinadas a una caza de reducido tamaño, todo ello junto a espinas de pescado, caparazones de mariscos y uno que otro hueso de mamíferos marinos. Se hubiera sabido más, de no ser porque hace unos años, un vecino de la población de Maule, al hacer una excavación se topó con restos humanos. Temeroso de ser víctima de una repentina popularidad, decidió retirar los restos y hacerlos desaparecer como si nunca hubiera ocurrido nada. Se perdió una magnífica oportunidad de conocer al primer hombre de Maule. Lo sé de primera fuente, me lo confesó el perpetrador.

Algo pasó que esos pescadores mariscadores desaparecieron. Otro grupo humano los reemplazó y se ubicó al abrigo del mar sobre los 30 metros de altura. ¿De nuevo lo telúrico? Estos tienen cerámica. Pero no tienen historia. La historia les llega repentinamente y sobre aviso de unos individuos que montaban guanacos centelleantes de luces y que venían desde el norte. Una mañana, de súbito vieron unas montañas flotantes, que erizadas de velas al viento recorrían la costa. Eran la “Santiaguillo” y el “San Pedro”, que por primera vez reconocían las costas al sur del Bío Bío.

Cerca de aquí estaba la “Ruta del Conquistador”. Se habrá oído el paso de Valdivia y los suyos cuando marchaban hacia su último destino: Tucapel. Y también el paso de Alonso de Villagra y sus huestes buscando a Lautaro para castigar la muerte del Gobernador. Por ahí mismo habrán regresado vencidos y acosados por los araucanos, y libres del peso de arcabuces, lanzas, espadas, 6 cañones y sus parapetos, que habrán sido motivo de profunda extrañeza entre los naturales del porqué, cómo, y otras tantas preguntas que nunca supieron responder, para beneficio inesperado de la conquista española.

Por aquí circularon los “indios amigos”, que en tiempos de paz eran la membrana permeable por donde se comunicaban estas culturas. El mestizaje en ebullición. La formación de la raza chilena de este lado.

Finalmente por 1612, se empieza a hablar de Coronel. Probablemente el “indio amigo” dominante, un ulmén, vestía los arreos de un coronel de ejército español. Del coronel no se sabe nada, pero hay noticias de naufragios donde miriñaques, vestidos y sombreros fueron la delicia de los naturales costeros, que como nunca habrán apreciado la riqueza que podía venir de ese mar bravío y mortal, pero generoso con los rapiñadores, puestos al día en lo que a moda se refiere.

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