sábado, 27 de septiembre de 2008

Coronel, Ciudad del Mar Océano



El problema con Coronel, es que no nos creemos el cuento. No idealizamos su futuro bajo la bruma de nuestros quehaceres diarios y la pesada carga sicológica del desempleado, sempiterno cliente de las mayorías políticas. El coronelino medio, en su diario vivir, no ve más allá de lo que el entorno le ofrece. Falto de expectativas y resignado a catar lo mismo de siempre, tampoco alienta otros deseos y menos aún, probar la jugosa fruta del cambio electoral, no sea cosa que se le vaya a meter el demonio de la derecha por entre los dientes. Es el miedo a ver las cosas desde la otra orilla y perder para siempre los paradigmas que forjaron su actual adversidad.

El principal ingrediente del problema es la politización ideológica. Desde su misma existencia la ciudad ha crecido con ello y ha sido como la levadura necesaria para ilustrar a tanta mente ávida de capturar libertad y beneficios sociales a los que el oficio obligaba. Todo giraba en torno al carbón y la autoridad. Al principio un patrón, señorón del siglo XIX, pequeño reyezuelo dueño del destino y vidas de todos cuantos poblaban su territorio, con su moneda propia, la ficha salario. Trajeron orden, civilidad, trabajo y riqueza, la que pasó por estas tierras y luego se fue muy lejos. El gigantesco sitio eriazo que era Coronel se llenó de inmigrantes, primero los campesinos que se transforman en mineros, y luego los comerciantes, profesionales extranjeros, funcionarios públicos, policías y tantos otros oficios que ayudaron a conformar la ciudad. Luego de los patrones vinieron los administradores, capataces y mayordomos, todos tomaron algo del antiguo poder ejercido y desde luego abusaron de tal poder. El pueblo terminó por identificar al poder con la empresa. A esas alturas Coronel tenía 10.000 habitantes y posiblemente ningún cesante.

A mediados del siglo XX nada era igual. El mundo había cambiado para siempre. Dos guerras mundiales entre medio y otras tantas por servir en busca de identidades nacionales y recursos estratégicos. El carbón es reemplazado por el petróleo. Se abre el Canal del Panamá y no es necesario cruzar por las procelosas aguas de Magallanes. Coronel pierde categoría y se transforma en una pequeña ciudad minera con muchos problemas sociales, ahora a cargo del gobierno de turno.

Hubo otras empresas en la ciudad, todas de corta existencia. Balleneras, fundiciones de minerales, fábricas de velas de sebo, de vidrios, de cerveza, de parafina. ¿Por qué no prosperaron? Creo que por la politización ideológica y esta afirmación la legitimo con una anécdota. Al producirse el terremoto de 1960, los mineros de Lota y Coronel estaban en huelga. En aquél entonces gobernaba Jorge Alessandri Rodríguez. Todos saben que medio país quedó en ruinas e incomunicado al inicio del invierno. Pues bien, los mineros no terminaron su huelga ni se plegaron para ayudar a su país frente a tamaña emergencia nacional. Prefirieron obedecer las órdenes del comunismo soviético y servir los propósitos políticos de una potencia extranjera.

En los setentas el carbón ya está controlado por el estado. Sin ninguna inversión ni prospecciones de interés, la vida del minero de Lota y Coronel, corre por cuenta del erario nacional, siempre exiguo y esquivo. Es la era de la efervescencia revolucionaria, de líderes locales buscando parecerse al Ché, Fidel, y otras figuras internacionales. Se inicia la siembra en terreno fértil y abonado que bien regado de la pirotecnia de discursos sobre revoluciones en ciernes produce su mejor cosecha: proletariado combatiente contra la burguesía. El resto y sus consecuencias lo sabemos todos.

Los militares comprenden muy bien el valor estratégico de la energía. Siendo el carbón un recurso natural no cambió nada en la zona, se siguió produciendo dentro de las posibilidades que daba mantener una industria no rentable, a costo de todos los chilenos. En ningún momento pensaron en cerrar las minas.

Y aquí viene el gran salto de Coronel. Su mirada al mar, muy resistida por la izquierda dura a fines del 80, la llegada de las pesqueras, su consolidación y la próxima refundación de las empresas pesqueras que vendrán desde Talcahuano más su condición de puerto mayor como parte de la gran base portuaria que es la región, traen como consecuencia un aumento explosivo de la población. De 20.000 habitantes llega a 90.000 en unos pocos años, lo que incide en la calidad de vida de la ciudad que presiona por los recursos disponibles.

La industria instalada, harto distinta a la del carbón, requiere de especialistas. Por ahí está la falla que genera la gran cesantía, parte importante de nuestra gente no está calificada para cierto tipo de trabajos. Las tomas poblacionales de los ochentas y noventas cobran su cuenta a los mismos gestores que las impulsaron, quienes, muy complicados, no saben como solucionar este crecimiento inorgánico de un cuerpo social falto de todo. Recién el nuevo plano regulador de la comuna muestra otras áreas de desarrollo, donde no podrán faltar los servicios básicos para vivir en una ciudad. En corto plazo pudiéramos llegar a 120.000 habitantes, así de simple. Ese es nuestro Coronel de hoy.

Ese es el cuento. De puerto productor de carbón a puerto mayor del pacífico sur para toda la Oceanía y Asia. Por aquí deberá pasar parte de la riqueza de Chile y América en busca de los grandes mercados del oriente. En buena medida productos básicos y a granel, pero nada impide que aguzando el ingenio los enviemos a pedido de boca, elaborados, listos para su consumo final. Con las maderas algo de eso ocurre.

¿Se habrá preguntado alguien el por qué no se producen truchas en Coronel, si aquí hay tanta harina de pescado, e incluso fábricas de alimento para peces? ¿Es tan difícil cambiar ese esquema y en vez de enviar sacos de harina mejor enviamos peces frescos y congelados? Todo eso requiere de agua, la que tenemos en abundancia. Con ello no sólo se pueden producir peces sino una gran variedad de alimentos a base de proteínas. El problema es que nadie o muy pocos saben como hacer eso, lo que tiene solución, pero también los capitales desconfían de los lugares con intensa politización ideológica, ante lo cual nadie mete las manos al fuego y menos los pesos.

El antipoeta Nicanor Parra resume nuestro drama local y nacional: La derecha e izquierda unidas, jamás serán vencidas.

Ah! Lo de Millalonco, en la lengua mapuche el vocablo significa “cabeza de oro” y es que soy rubio. Siento gran respeto por nuestros pueblos originarios y creo que gran parte de los chilenos tenemos una carga genética que nos hace distintos a nuestros congéneres de América. Estoy seguro que llevo una importante parte de sangre araucana en mis venas lo que me llena de orgullo, y efectivamente me he modernizado ya que la lanza que esgrimo hoy llegará justo al lugar que quiero, esta vez por la Internet.

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