A comienzos de los ochenta en E.U.A., los médicos descubrieron que entre la población homosexual había una mortandad causada por la neumonía. La enfermedad era producida por el germen Neumonitis carini, un mal poco frecuente. Una investigación registró que los pacientes controlados presentaban infecciones dérmicas severas que cuando curadas, aparecían otras. Confirmaron un deterioro en el sistema de defensa inmunitario que no producía leucocitos suficientes para defender su salud. Le llamaron la peste rosa.
La enfermedad se desarrolló con rapidez y los científicos franceses junto a los estadounidenses dieron con el virus clasificado como HTLV 3. Se estableció que su transmisión es mediante las secreciones corporales, de preferencia en la sangre y el líquido seminal. El comportamiento del virus es ubicuo, actúa como mutante. El infectado puede sufrir la enfermedad o el virus se mantiene latente sin que se observen síntomas de su existencia, pero el individuo portador se transforma en vector sin sospecharlo.
A partir de entonces la Organización Mundial de la Salud ha informado de un progresivo aumento del mal en todo el mundo. En un principio pareció afectar sólo a los hombres, pero pronto se descubrió que en el continente africano hombres y mujeres tenían igual tasa: 50%. Hoy se constata en Chile y a nivel mundial el aumento del SIDA entre las mujeres.
En la busca de una cura para el SIDA hay dos líneas de investigación. La primera busca un medicamento y la segunda una vacuna. Distintas drogas han permitido la prolongación de la vida de los pacientes, pero sin curar el mal. Esas drogas son muy caras y fuera del alcance de enfermos en países sin recursos económicos, donde la geografía dificulta cualquier acceso a los centros urbanos. En cuanto a la vacuna, por tratarse de un virus que muta todo el tiempo, no se han logrado grandes adelantos. Se estudia muy cuidadosamente el virus y se ha establecido que el mediador químico que crea, es siempre igual.
Cada vez hay más información sobre el SIDA y el virus, sin embargo aún no existe cura. Si se llegara hoy a descubrir una vacuna, harían falta unos cinco años para que se permitiera su uso y distribución pública.
El único remedio a mano es la educación. La liberalidad sexual que se practica en estos días, debiera transformarse en, a lo menos, liberalidad informada. Las organizaciones religiosas han recordado la necesidad de mantener los valores morales en la sexualidad del ser humano. A su vez, los estados están destinando recursos para informar a sus ciudadanos mediante programas de educación. Sin embargo, el mal sigue creciendo. Las campañas educativas estatales y ONG no han sido suficientemente exitosas. No han bastado el reparto de instrucciones, cartillas o preservativos para detener el virus, la conducta sexual de la sociedad sigue incrementando la cifra de gente que contrae el virus.
Brasil permitirá el matrimonio entre homosexuales. Legislan sobre promiscuidad sexual. En Chile, el estado tiene entre sus ministros a los mentores del uso de la píldora del día después, como medio para disminuir los abortos y el embarazo adolescente. Se olvidan que los jóvenes constituyen el grupo de mayor riesgo de contraer el SIDA, y el Estado no puede conceder a la sexualidad un rol libre de valores morales. Las señales de un Estado partidario de la liberalidad sexual, provocará un aumento de los infectados en Chile, y en especial entre la población que inicia su vida adulta.
Las omisiones de hoy cobrarán víctimas en el mediano y corto plazo. Este no es un problema menor. Al no existir soluciones médicas, cabe actuar con suma responsabilidad. Si bien existen corrientes políticas que tienen en la liberalidad de sus costumbres su principal fuente de adeptos, éstos no podrán sustraerse de las consecuencias a que nos llevan con sus convicciones. Hasta ahora sólo están logrando un aumento de las enfermedades de transmisión sexual, ETS, junto al SIDA. La educación sexual como una cuestión de biología no será suficiente para detener el avance de esta enfermedad en Chile.
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