Los gladiadores romanos han encendido la imaginación de innumerables cineastas. La tremenda disyuntiva de matar o morir frente a un público delirante por la sangre derramada en forma de un espectáculo masivo, siempre confundirá nuestras mentes de seres humanos contemporáneos. Ávidos de emociones cada vez más fuertes, como las que nos muestran algunos deportes modernos como el box y sus variantes mundiales, liberamos pesadas cargas internas o nos horripilamos ante tamaña violencia y saña. Muchas actuales demostraciones deportivas suelen terminar con vidas humanas, incluso en deportes menos airados como el fútbol, pero que por su condición de competencias de contacto, con frecuencia terminan en lesiones graves o raramente, con la muerte de un participante.
Muy distinto era el combate entre gladiadores. Otros mundos, otros soles más antiguos con creencias fuera del alcance de nuestro tiempo.
El vínculo nos lleva a ese pasado, cuando la vida humana valía lo suficiente para que los hombres se sintieran honrados al morir en una batalla campal y luego rápidamente olvidados tras el nombre del aclamado matador, versión antigua de nuestras actuales "superestrellas".
Imagen: Pollice Verso by Jean-Léon Gérôme, 1872.
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